Seria un buen titulo para un relato de misterio, de bosques umbrios, rozando lo tenebroso, donde se aventurara alguien quizas normal, quizas extraño, que por sus actos, hiciera estremecer los arboles desde la raiz hasta la ultima hoja, una historia de suspenso -como cuando mobbing mediante mis ex-jefes sin tapujos charlaban con otros como me matarian y enterrarian en un bosque, que en los blogs de un diario espanto a mas de cuatro cuando lo narre, lo cual no es secreto pues es prueba de juicio- pero la verdad es simplemente otra mucho mas sencilla.
El hombre que hace llorar y tambien hace sangrar a los arboles es un simple empleado municipal, que desde que importamos -cambio climatico mediante- un clima tropical por verano, con trombas marinas y tornados, han resuelto que hay que podar los arboles de forma distinta. Ya no pueden alzar sus ramas hacia el cielo, graciles, como manos dando gracias por el clima benigno o elegantes bailarines: deben ser cortadas. Y alli va el hombre con una motosierra, serrando de a pedazos las ramitas, ramas, lo que ayer se alzaba majestuoso como estatua vegetal, hoy yace amontonado en tierra.
Las tipas, arbol autoctono de la zona, llora. Ademas de sus flores amarillas, que en el verano dejan caer como una alfombra a los pies, tambien deja caer gotas de agua, un llanto de alegria o dolor constante. Hoy -son los arboles que mas tiempo mantienen las hojas en el otoño- lloraban de pena. A sus pies, estaban sus partes mutiladas, sus ramas, sus brazos de bailarinas, de alabanza al cielo, toscos pedazos esperando ser hoguera. Para sorpresa de varios paseantes, incluida yo, es que las partes cortadas, estaban manchadas de sangre. Sangre vegetal, cerosa, resina. Resina de su corteza interna, roja como la sangre humana. Hasta el patron con el que fluia por las caras del corte, hasta manchar el suelo se parecia a la sangre.
Incolume, el hombre que hacia llorar y sangrar a los arboles, seguia con su trabajo de destripador....